Marcela
Ya ha perdido la cuenta de las primaveras que han pasado desde que abandonó su hogar. Está lejos de casa y sabe que aunque volviera, ya nada sería igual. Todo sería distinto, incluso ella lo es. Marcela envejece en la soledad de las calles de una gran ciudad que sigue resultándole desconocida. Aunque descanse en sus parques, o duerma en las sucursales bancarias, o se alimente de los restos que encuentra en los contenedores. Hace tiempo que no mantiene una conversación interesante con nadie. La gente la mira con lástima, con miedo o rechazo. Pero pocas personas le dan la oportunidad de ser y comportarse como una persona humana de carne y hueso. Ya no cuenta para la sociedad, es medio sorda, vieja y suramericana; vive en la calle y no posee nada más que los últimos resquicios de dignidad a los que se aferra con fuerza. Recuerda los años pasados con una mezcla de tristeza, nostalgia y felicidad, y llora en silencio cada noche antes de dormir. A veces encuentra consuelo entre los cartones ...