Marcela

Ya ha perdido la cuenta de las primaveras que han pasado desde que abandonó su hogar. Está lejos de casa y sabe que aunque volviera, ya nada sería igual. Todo sería distinto, incluso ella lo es. Marcela envejece en la soledad de las calles de una gran ciudad que sigue resultándole desconocida. Aunque descanse en sus parques, o duerma en las sucursales bancarias, o se alimente de los restos que encuentra en los contenedores.

Hace tiempo que no mantiene una conversación interesante con nadie. La gente la mira con lástima, con miedo o rechazo. Pero pocas personas le dan la oportunidad de ser y comportarse como una persona humana de carne y hueso. Ya no cuenta para la sociedad, es medio sorda, vieja y suramericana; vive en la calle y no posee nada más que los últimos resquicios de dignidad a los que se aferra con fuerza.

Recuerda los años pasados con una mezcla de tristeza, nostalgia y felicidad, y llora en silencio cada noche antes de dormir. A veces encuentra consuelo entre los cartones que le hacen de colchón y sueña con volver a abrazarse con su hija, a la que hace tanto tiempo perdió. Otras ni siquiera se encuentra a sí misma, y se pierde entre tragos de vino caliente y aspirando el humo de colillas de cigarros que otras personas desecharon en el suelo.

Nunca se ha sentido bienvenida ni integrada en su país de acogida. Era profesora en su Venezuela natal, pero al llegar a España tuvo que ganarse la vida de muchas formas, sin poder ejercer su vocación. Prácticamente llegó a olvidar cuanto le gustaba enseñar a esas personitas ansiosas de aprender sobre el mundo, de abrirse puertas, de crecer, de vivir. Ella llegó con la ilusión de empezar de cero en otro lugar, de otra manera. 

Marcela sobrevive gracias a la ayuda de personas anónimas que le ofrecen comida, ropa e incluso refugio en algunas ocasiones. Personas que se dignan a escucharla, a ponerse en sus zapatos, sucios y llenos de agujeros; gente que entiende la gravedad y el drama de la situación que está viviendo. Pero ella sabe que esa no es la solución, que se necesita algo más que la buena voluntad y la caridad de algunas personas para que su situación cambie. Es consciente de que ella ya no lo verá, morirá antes. Y sueña y desea que algún día, todo sea diferente, todo sea más humano.



                                                                                                                   A todas las Marcelas.


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